Recuerdo descubrir el concepto de sinestesia gracias a uno de los episodios del programa Redes, de La 2 de Televisión Española, dirigido y presentado por el fallecido Eduard Punset. Fue al escuchar a este magnífico comunicador y divulgador acerca de este tema cuando me di cuenta de algo que yo tenía muy interiorizado y que sentía como completamente natural y que sin embargo no suele ser demasiado habitual: para mí, la música siempre ha tenido forma y color.

La sinestesia es el fenómeno por el cual los estímulos sensitivos son percibidos por sentidos a los que en principio no les corresponde procesar dicha información. Esta asociación produce un cruce de sensaciones que permite que una nota musical pueda adoptar una forma o color, un sabor o una textura, o que un olor evoque la rugosidad de una superficie, una tonalidad concreta o un sonido propio. Existen tantas combinaciones posibles como personas sinestésicas, aunque no es algo que se ciña únicamente a estímulos físicos: también conceptos abstractos pueden asociarse a estímulos visuales o auditivos, como por ejemplo personas que saben positivamente que la letra A es de color naranja, o que el número 3 tiene el timbre de una nota de piano.

Aunque no soy un experto en el tema, hasta donde entiendo pueden existir distintos grados de sinestesia. Existen casos de personas con aptitudes excepcionales que se han asociado a esta capacidad: gente capaz de memorizar cantidades ingentes de cifras numéricas gracias a la asociación estética que dichos números guardan entre sí, siendo percibidas como la composición cromática de un cuadro. No es este mi caso, pues la sensación no es tan clara. En mi caso particular, las canciones suelen tener un color dominante, y los sonidos que la componen adoptan formas propias. No es algo que perciba de forma clara y completamente mensurable, eso es cierto, y existen ciertos condicionantes que pueden afectar a mi percepción visual-musical, como ciertos prejuicios, digámoslo así, que implican que los sonidos de campanillas sean amarillos —probablemente por el color imaginario que suele asociarse a una campana— o los colores que puede inspirar la visualización previa de la gama cromática en la portada de un disco. El hecho es, en cualquier caso, que muchas veces el recuerdo de la música se plantea en mi memoria como una estampa visual. ¿Por qué el tema Return to Innocence del grupo Enigma es tan claramente azul cian en mi recuerdo? ¿Por qué Equinoxe IV, de Jean Michel Jarre, es una canción de color rojo anaranjado? Puede que ambas sensaciones se deban a recuerdos concretos, no puedo saberlo. Sin embargo, esta visualización del color es algo que se hace aún más patente en el caso de mis propias composiciones.

Después de algún tiempo planteándomelo, he decidido plasmar en una serie de pinturas digitales —elaboradas mediante mi iPad— esas sensaciones visuales que es capaz de transmitirme la música. No soy particularmente bueno en esto de las artes plásticas y todo esto se trata más bien de un experimento mental, por lo que el resultado artístico es casi lo de menos. En cualquier caso, ¡allá va la primera entrega de mi serie Sinestesia!

He decidido comenzar por una de mis propias canciones, pues por razones evidentes quizá es una de las que tengo más interiorizadas. Se trata del tema Mi Torre Oscura, que compuse el verano pasado.

En próximas ocasiones iré haciendo lo mismo con distintas canciones, no necesariamente mías, que me inspiren o me hayan marcado por alguna razón, y en todo caso dejaré que sea la música la explicación visual de la obra. Y a vosotros, ¿os sucede algo similar cuando escucháis vuestras canciones favoritas? ¡Hacédmelo saber en los comentarios!