Probablemente, una de las escenas más icónicas que retratamos en su momento en la serie, y que apareció ya en el primer capítulo, fue la salida del armario del personaje de Hugo (interpretado por Javier Llanes), el chico jovencito que oía a escondidas la discusión de sus padres acerca de la posible orientación sexual de su hijo y que decidía salir del armario por todo lo alto, colocando un post-it en la nevera con la frase “Sí, soy gay”. Reflejo de todo un acto paradigmático dentro de la vida de cualquier chico o chica gay que se tercie, y que responde al ordenamiento que dicta esta sociedad a la que inevitablemente pertenecemos y que tiende a etiquetarlo todo. Puede que sea una de las preguntas más comunes entre chicos y chicas del colectivo LGTB —hablando de etiquetas, incluso nosotros necesitamos añadir un ristre de letras para definirnos—, una que tarde o temprano todos terminamos haciendo o contestando. “Y tú, ¿cómo saliste del armario?”. Y en esa pregunta caben tantas respuestas como historias personales: historias de aceptación, de rechazo, de negarse a contar lo que uno realmente siente o de pura frustración por no poder hacerlo.

Hugo llega a casa de sus padres en el último capítulo de la primera temporada

Una de las cosas más bonitas que la serie nos ha ofrecido, y creo hablar en nombre de todos los integrantes del equipo, es sin duda la cantidad de mensajes que desde su estreno, y aún hoy, nos han ido llegando desde los rincones más insospechados del globo; personas, chicos y chicas jóvenes en su mayoría, que nos relatan en sus correos que la normalidad con que manifestamos en público nuestra visión de la sexualidad les ha ayudado a sentirse arropados y comprendidos, especialmente en aquellos países donde aún no disfrutan de algunos de los avances realizados en el nuestro en cuanto a derechos y libertades —que no diré que son completos, ni mucho menos, pero sin duda podemos decir con cierto orgullo que España ha sido pionera rompiendo algunas barreras—. No obstante, la mera necesidad casi tópica de tener que salir del armario sigue siendo algo inherente a nuestra condición sexual, seas de donde seas, un momento más o menos crítico que todos hemos vivido, ya sea con la familia, con los amigos u otros entornos como el laboral o estudiantil.

En mi caso, mi primera salida del armario fue bastante amable, aunque no exenta de dudas y nervios durante los días en que hube de charlar con mis padres y mis hermanos —familia numerosa, había faena por delante—, al desconocer la reacción que tendrían al enterarse. Tampoco tuve ningún problema con mis amigos, con quienes hablé con toda naturalidad del tema y jamás recibí objeción alguna. Por suerte todos ellos, familia y amistades, aceptaron bien la noticia, y aquello supuso toda una liberación para mí. Por fin podía ser yo mismo, no ocultarme más y callarme ante los ocasionales e inconscientes alegatos homófobos que inevitablemente todos escuchamos alguna vez —más duelen de cuanto más cerca vienen— y que provienen del puro desconocimiento y de la visión parcial que rige la norma social en la que vivimos, que por suerte poco a poco ha ido cambiando con el tiempo.

Trailer de la primera temporada

He dicho antes que aquella fue mi primera salida del armario, pero… ¿acaso es posible salir más de una vez de él? Lamentablemente puedo decir que sí, y éste es el tema que quería tratar al escribir estas líneas. Que una cosa es que tu familia asuma con normalidad que tu orientación sexual no sea la que ellos esperaban, y otra muy distinta es comprender la lucha que debemos vivir día a día para hacer entender que esa normalidad es extrapolable a todos los niveles de la vida. Entre ellos, el poder rodar una serie de temática gay, con escenas subidas de tono de contenido gay, sobre chicos gays a los que les pasan cosas gays.

En verano de 2006, hallándonos en pleno rodaje, recuerdo contarles a mis padres que me iba aquella tarde a grabar una escena para una serie que estaba haciendo con mis amigos. “Ah, muy bien, ¿y de qué trata?”. “Es la historia de unos chicos gays de aquí de Valencia”, respondí yo, casi con un hilo de voz. Aún recuerdo la ingénua perplejidad en el rostro de mis padres, y el disgusto que aquella contestación sin duda les causó. Su hijo, del cual habían aceptado su homosexualidad con más o menos naturalidad, se proponía ahora cantarla a los cuatro vientos, nada más y nada menos que en internet, y eso era harina de otro costal, un tema que sin duda era motivo de profunda preocupación. Aquello ya me puso sobre aviso, y volvieron otra vez los silencios, las excusas, un rodaje casi llevado en secreto para no alertar más de la cuenta a mi familia. Pero no fue hasta que el fenómeno Lo Que Surja estalló en los medios, una vez finalizada la temporada, que realmente sentí que hube de salir del armario de nuevo y por segunda vez, esta vez sí, de un modo mucho más doloroso para mí.

Artículo en el periódico 20 Minutos

Aquel día de noviembre, al llegar a casa del trabajo entusiasmado, cargando en mis manos con aquel número del periódico El País que nos había abierto las puertas del cielo, deseoso de soltar la noticia bomba de que aquella misma noche apareceríamos entrevistados en televisión, la reacción de algunas personas de mi entorno más cercano fue la que menos había esperado. Pues a pesar de mi entusiasmo, lo que recibí como respuesta fue indiferencia, e incluso un atisbo de vergüenza por el contenido de aquella obra de calidad audiovisual cuestionable. Sí, en esa serie en la que yo salía había escenas de carga sexual entre hombres —aunque nada fuera explícito—, hablábamos de la frivolidad del ambiente gay, todos interpretábamos a personajes homosexuales y encima nos atrevíamos a reconocer en público que esas historias estaban basadas, en algunos casos, en nuestras propias vivencias personales. Daba igual que yo, como autor, hubiera sido el más reacio a incluir ciertos contenidos más eróticos —que uno también tiene sus prejuicios—, aunque eso no podían saberlo en aquel momento. Algo en mi interior se quebró en aquel instante, sin esperarlo, pues me vi dividido entonces entre la alegría más inesperada por el éxito alcanzado y esa tristeza abrumadora derivada de la incomprensión de las personas a las que mas quiero.

No es mi intención culpabilizar ahora a nadie por los momentos duros que hube de vivir en aquellos días confusos —sería injusto decir que no recibí apoyos, pues como he dicho mi familia es numerosa y por ello tampoco existe un único punto de vista—, pero sí creo que es necesario explicar que debido a los prejuicios imperantes que aún no hemos podido erradicar —y para lo cual tanto trabajo queda por delante— en aquel momento algunos miembros de mi familia no supieron entender lo que aquel hito suponía. Por suerte, es algo que a día de hoy ha quedado más que resuelto, e incluso quienes recibieron de peor grado la noticia hoy son un apoyo para mí, pues el tiempo ha puesto las cosas en su sitio. Y es que no, Lo Que Surja no era un producto meramente frívolo; no era una oda a la promiscuidad ni al sexo por el sexo, aunque fuera uno de los temas que tratáramos; tampoco era un escaparate en el que acabar expuesto y que podía tener consecuencias. Bueno, quizá esto último sí fuera cierto, pero no en el mal sentido, pues sí las hubo, y principalmente positivas. Y es que la serie había venido a aportarnos mucho más de lo que podría pensarse a nuestras vidas, y me consta que no sólo a las nuestras. Aunque la calidad no fuera la mejor, ni fuéramos los mejores actores, ni tuviéramos los guiones más coherentes, ante todo, Lo Que Surja fue una contribución a la normalización de un hecho real, y para nosotros todo un periodo de aprendizaje, una aventura con destino incierto que no había hecho más que empezar.